Hay nombres que la distancia, los años y la memoria, han decidido tatuarlos en el pecho y en el corazón, los nombres de los primeros amores, esos que, entre los 14 y 18 años, nos hicieron acelerar la respiración y pensar que nada podríamos hacer si esa chica no quería salir con nosotros. Uno, a esa edad, piensa que es amor o nada, que el futuro es solo ella y es solo de ella, luego la cotidianidad, la velocidad, los problemas con sus mil etcéteras, nos van transformando.
Hoy día, viendo a los chicos, la relación y las relaciones, han cambiado. Con el avance de la tecnología, no hace falta verse, personalmente, para conocerse, se soluciona con los mensajes vía celular o redes sociales, antes, primero, había que poner la cara.
Enamorarse, en todas las épocas era, y es, una fiesta, uno no andaba, al decir del gran Borges, » en su sano juicio «, cuando esto ocurría.
Inventábamos mil estrategias para poder verla, si era de otro pueblo, el tema era más complejo, íbamos a dedo, en camión, en moto prestada ( sin que el dueño se entere ), porque lo que nunca había era plata.
Nos hacíamos invitar a cumpleaños de 15, entrábamos «colados» en los que no nos invitaban, estábamos dispuestos a desarrollar nuestra creatividad con tal de verla a ella, la chica de nuestros sueños. Para todo esto era imprescindible el grupo de amigos, sin el cual, era imposible llevar adelante la tarea.
Los años han pasado, los tiempos han cambiado, pero los recuerdos afloran como el sol cada mañana, en las anécdotas, en nuestras caritas inocentes que vuelven esperando el beso, cerrando los ojos, deseando que se enamoraran de la misma manera que nosotros lo estábamos.