Esta expresión, interrogativa filosófica, nos hacemos cada día desde que comenzó la pandemia, la paciencia se acaba y la preocupación aumenta. Todos estamos pendientes de los datos: contagiados, recuperados, fallecidos, y es altamente probable que esta nueva “normalidad” genere trastornos psicológicos de diferentes grados de complicación. Ante esto, es necesario ocuparnos, generando un clima que sea lo más ameno posible, desintoxicándonos de tanta información, tratando de acercarnos, de distinta manera y modalidad, con la familia y amigos, realizar actividades que no hacíamos habitualmente, o que nunca hicimos, por ejemplo dedicar un tiempo a las plantas, o si se tiene más espacio a una pequeña quinta, hablar con los vecinos, ver en que podemos ayudar; esa pequeña colaboración, en este contexto, va a ayudar mucho. Esta novedad que nos toca, y ya van más de cien días, tiene que servirnos para intentar modificar algunas conductas propias de tiempos de velocidad, ahora hay una pausa obligatoria, intentemos hacer el bien, elijamos el camino del diálogo, profundicemos la ética de la solidaridad.
“Es muy difícil para nosotros, hijos de las ciencias matemáticas, de la ilustración cultural, y del pensamiento nihilista, aceptar que el conocimiento por sí mismo nos lleva al Bien. La crisis de la Modernidad ha dejado el amargo legado del uso siniestro de los conocimientos. Sabemos que el poder de la ciencia es amoral. Esto es posible de entender para un sabio clásico, porque quien accede al saber debe haberse iniciado en un proceso de conversión espiritual. No se puede estar sano y enfermo a la vez, ni ser sabio y actuar como necio.
Elegir bien es elegir el Bien. La ética tiene por función elaborar la teoría y enumerar los preceptos que permitan a los hombres actuar de un modo adecuado y hacer un uso de la libertad fundamentado en la verdad”.
(Tomás Abraham, del libro Historia De Una biblioteca – De Platón a Nietzsche – Editorial Sudamericana)
