Cumplimos 204 años de la declaración de la Independencia, en un clima enrarecido, con los mismos problemas de siempre, pero con esta pandemia que va calando hondo. Las discusiones van subiendo de tono y las descalificaciones cada vez son más virulentas, si hay alguien que tiene que “aguantar” es quien está en el gobierno, debe ser la moderación y aceptar algunas críticas, como corresponde, y en caso de que la cosa siga o se pasen los límites tolerables, seguir por el camino de la justicia, así es, o tendría que ser al menos, en democracia. Más allá de lo estrictamente político, lo que uno ve en redes sociales, es que todos queremos tener razón y convencer, nada nuevo, en toda discusión, queremos ganar, pero esto no nos tiene que afectar la posibilidad de escuchar, de entender las razones que nos da nuestro interlocutor. Me gusta recurrir al diccionario, creo que entender el significado verdadero de las palabras (no el que nosotros le queremos dar como elemento para tratar de ganar una discusión) es fundamental. Razón: “Capacidad de la mente humana para establecer relaciones entre ideas o conceptos y obtener conclusiones o formar juicios”. Verdad: “Conformidad entre lo que una persona manifiesta y lo que ha experimentado, piensa o siente”. Tener razón no significa que sea cierto, desde la perspectiva de la otra persona con la que hablamos. Decir la verdad, no implica que sea la verdad, también, para la otra persona. Debemos, tratar al menos, de entender que nuestra verdad, no es la verdad para todos. Si hay algo que me preocupó siempre y hoy más que nunca, es la posibilidad de la violencia. Ser tolerantes es una de las condiciones de la inteligencia.
Mientras escribía estas líneas, me llegó esta historia, que me la envió un amigo, por WhatsApp.
Esto lo contó Nelson Mandela.
“Después de que me eligieron presidente, les pedí a mis colaboradores que pasearan conmigo por la ciudad y luego almorzar en uno de los restaurantes. Nos sentamos en uno del centro y pedimos la comida. Después de un rato, cuando el mozo nos trajo lo que habíamos pedido, noté que había alguien sentado frente a mi mesa esperando el suyo. Le dije entonces a uno de los integrantes de la custodia: “ve y pídele a esa persona que se siente con nosotros”. Él vino y se sentó a mi lado. Sus manos temblaban constantemente hasta que todos terminamos de comer y el hombre se fue. El guardia me dijo: “parece que está bastante enfermo; sus manos temblaban mientras comía”. No, en absoluto, dije. Este hombre era el guardia de la prisión donde yo estaba encarcelado. A menudo, después de la tortura a la que me sometían, gritaba y pedía un poco de agua. El mismo hombre solía venir y me orinaba en la cabeza en vez de darme agua. Así que estaba asustado, temblando, esperando que yo le respondiera ahora de la misma manera, torturándolo o encarcelándolo, ya que soy el presidente de Sudáfrica, pero este no es mi carácter, ni parte de mi ética. La mentalidad de la represalia destruye estados, mientras que la mentalidad de la tolerancia construye naciones”.