La indiferencia, la peor de las actitudes

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La indiferencia produce indignación en aquellos que todavía pensamos que existen esperanzas, futuras conquistas que nuestros hijos apreciarán. 

Pararse en el camino es llegar a la conclusión de que todo lo que hoy tenemos en nuestras manos, esas grandes redes, infraestructuras, organismos, conquistas sociales fueron construidas con las utopías de ayer.

Con el esfuerzo y los anhelos de gente que alejó la indiferencia de su lado para apostar por la indignación como combustible preciso para el cambio.

No dejarán de suceder millones de cosas a nuestro alrededor sólo porque miremos hacia otro lado y las ignoremos. Esto debería agitar nuestros días, levantarnos, obligarnos a redibujar nuestro camino, y a despertar con el sano ejercicio de descubrir lo que pasa alrededor, comprender su significado, y comprometernos a cambiarlo; vidas que se cruzan, realidades similares que comparten tantos lugares en común, dramas cotidianos no tan alejados de los nuestros, aunque la indiferencia nos haga sentirlos como ajenos, o que nos duelan menos.

Hallarse en este tipo de actitudes  no aportan soluciones, ni suman propuestas alternativas lo que reduce la posibilidades de cambio de una sociedad que pretende progresar. 

No podemos permitirnos el lujo de cerrar los ojos. Indignémonos, lo necesitamos.

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