Y los dos limoneros
juegan a alcanzarse,
a veces hay más esperanza
en las plantas que en las personas,
la naturaleza nunca defrauda.
Vuelve el día de lo que alguna vez fuimos,
cuando no veíamos venir la noche,
las horas de plata
y las siestas eternas,
tereré infaltable
unidor de anécdotas
con cuarenta grados de calor.
El pueblo era un barrio
y el barrio toda creación,
hambre de futuro teníamos en todo el cuerpo,
puñado de arroz
para el guiso juntábamos
y alguna gallina desprevenida
se arrimaba solita a la olla,
el amor empezaba a golpear
algo más que el corazón,
los deportes de triples y goles
renovaban – día a día – la pasión.
Vino en damajuana
moneditas juntar para tomar,
tinto carácter siempre dispuesto a aguantar.
Acechados por el deseo de otra cosa,
soñábamos despiertos en algún banco de la plaza,
o en el semicírculo de la plazoleta,
la literatura comenzaba a darme golpes,
con sus indicios de querer leer primero,
todavía no se reunían las palabras para que las escriba.
Las carrozas daban comienzo a la primavera,
el pic – nic hacía vibrar a los estudiantes,
el baile de la noche,
la tensa espera de » los lentos «,
animarse a ir a invitar,
que te digan que sí,
era la sublime gloria
para tratar de conquistar.
Ariel cantaba » para ser libre
no se necesita nada,
simplemente tener ganas
de no ser carne de cañón «.
Si a veces decido no salir de casa,
es para no olvidar,
para que el filo de la luna
no corte los recuerdos.
Afortunadamente,
aún no es mañana.